Aquellos maravillosos años

También podía haber titulado Cuéntame. Hace 25 años obtuve el título de Técnico especialista en electrónica industrial en el IP Salesianos de Pamplona. Fueron cinco años de la antigua Formación Profesional, ahora sustituida por los Ciclos Formativos o como quiera que se llamen ahora.

Para celebrar la efeméride la asociación de antiguos alumnos nos contactó, no sin esfuerzo, y nos convocó a una fiesta el pasado día 6. Con la tontería me junté con seis de mis antiguos compañeros y entre muchas risas recordamos aquellos maravillosos años y nos pusimos al día.

Para nosotros, que pertenecemos a aquellas generaciones que cursaron la extinta EGB, entrar al instituto con 14 años supuso algún que otro desafío el primer año.

Recuerdo la primera vez que subimos a los talleres, supongo que uno de los profesores nos guió, por que no me explico cómo se le puede ocurrir a un chaval de 14 años subir por aquellas escaleras en sempiterna penumbra. Y claro, si sólo fuera ese primer tramo…

El tercer y último tramo de escaleras terminaba muy alto, literalmente es la parte más alta del ya desahuciado edificio, al que pronto le darán fecha de demolición. Al menos la más alta a la que los alumnos tenían acceso. Cuentan nuestros mayores, los de la promoción de hace 50 años, que antes esos talleres no eran tales y había dormitorios. Yo no lo vi.

Los talleres han sufrido una transformación importante en 25 años, ya durante mis cinco años se hicieron algunos cambios, pero el taller de primero ya no existe como yo lo sufrí. Porque el taller de primero era lo más parecido a la instrucción militar que puede haber sufrido un estudiante como yo, que me escaquee de la mili.

Subías aquellas escaleras con una caja de herramientas que pesaba lo suyo. Dentro había instrumentos que uno no sabía que tenían que ver con la electrónica: un martillo, limas para metal, una sierra de arco… El misterio para aquellas herramientas no duró mucho. Pasamos dos meses convirtiendo tres trozos de hierro en lo que un plano decía que era un porta lápices, pero que en realidad era la materialización de pesadillas y terrores.

Después de unos dos meses de tortura moldeando nuestra motricidad fina, lo que viene siendo aprender a utilizar las manos y las herramientas, toco el turno al soldador: por fin una herramienta de electrónico de verdad. Ja.

Empezabas estirando un alambre de cobre de 1mm de diámetro, que quedara bien recto. Cortabas trozos de la misma longitud y los soldabas para hacer un cuadrado para terminar haciendo un cubo. Luego un tetraedro y otras figuras, cada vez un poco más complejas.

El culmen, la figura final, el súmmun de la dificultad radicaba en hacer una parrilla soldando palitos de cobre de poco más de tres centímetros de largo. Era un desastre porque si soldabas un extremo y tardabas más de la cuenta el otro extremo se calentaba lo suficiente como para desoldarse. Lo peor de todo es que no podías quedarte con semejantes obras de arte, el profesor, una vez valoradas, las estrujaba con sus manos. Hoy a eso lo llamarían Bulling.

Después de pasar dos meses limando, otros dos o tres soldando trocitos de cobre llegaba el primer contacto con la electricidad. Lo primero es lo primero: ¿cómo se enciende una bombilla?. Nada, colocabas un portabombillas en un tablero de aglomerado, luego un interruptor y una regleta que tenía un enchufe, conectabas todo con cables de cobre con recubrimiento plástico bien estirados para que quedasen perfectamente rectos y si habías hecho bien las cosas el profesor te ponía una bombilla, le daba al interruptor y si aquello funcionaba pasabas al siguiente esquema.

Así terminamos taller de primero, con circuitos de bombillas, fluorescentes y otras cosas por el estilo.

Y en segundo pues ahí si que empezamos a aprender cosas de electrónica, como el uso de los condensadores: los cargas en el enchufe (los de 500V) y se los tiras al compañero diciendo pilla… el cosquilleo que provocaba la descarga del condensador en las manos del incauto no debía ser muy agradable en vista de los gritos alejados del placer y la verborrea de camionero que escuchabas a continuación. Doy fe que me cuidé muy mucho de pillar nada al aire.

El primer día de taller de segundo, una vez te reías de los novatos del taller de primero que veías nada mas llegar a los talleres, era un reparto de componentes electrónicos variados (resistencias, condensadores, transistores…) y la fuente de alimentación. La mítica fuente de alimentación.

También tomabas contacto con el osciloscopio, un instrumento que te inquietaba. Inquietaba porque molaba y asustaba a partes iguales. Tenía todos esos mandos que atraen a un crío de 15 años como una golosina a uno de 5. Asustaba el ¿lo romperé?, ¿me pillará el profe si…?, aunque siempre había algún inconsciente que eso de las sutilezas, esa que te da el miedo en su justa medida y evita que te pillen, no iba con el y la liaba parda con bronca del profe, y según quien te tocara una coca te llevabas de regalo.

Si, tuve un profesor que regalaba cocas por muy distintos motivos, unas a mala leche si la liabas, otras más amistosas si hacías una gracia fuera de tiempo. No recuerdo recibir ninguna, pero si que era un buen profesor y que aquellas cocas despertaban más que castigaban. Doler alguna seguro que dolió, pero como puede doler cuando le das un codazo a una silla, nada de lo que te acuerdes pasados unos minutos, más allá de la vergüenza de haberla recibido, aunque alguno careciera de dicha sensación.

En general, y después de lo que compartí el sábado con mis compañeros, creo que en aquellos talleres nos lo pasamos bien, sufrimos, a veces como condenados, claro, aprender cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar con sudor.

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